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En Asia

 El holocausto asiático y el final de la II Guerra “Mundial”

 A pesar de ser nominalmente una democracia parlamentaria, el Ejército y la Marina de Japón eran dirigidos por los ministros de Guerra y Marina (que debían ser obligatoriamente generales o almirantes retirados o activos), los cuales no estaban sujetos a la autoridad del Primer Ministro, sino directamente a la del Emperador. De las 29 personas que recibieron el cargo de Primer Ministro durante el periodo 1885-1945, 15 eran almirantes o generales retirados o activos (durante el período 1932-45 fueron 8 de 11).

Esta anómala situación, combinada con el paso de un ejército permanente a otro reclutado (lo que obligaba a dar instrucción militar a todos los jóvenes del país), favoreció la progresiva militarización de la sociedad japonesa; el ejército y la marina, escasamente controlados por el poder civil, definían sus propios objetivos y se peleaban por los recursos presupuestarios disponibles, pero ambos coincidían en su desprecio a la clase política. Se formaron grupos de opinión enfrentados dentro de las fuerzas armadas que llevaban una "política paralela" a la del gobierno. Japón, un conjunto de islas con gran cantidad de población pero falto de recursos naturales, entró en el siglo XX con el firme propósito de imitar el sistema económico de las potencias occidentales, incluyendo el colonialismo, como forma de mantener su propio desarrollo, y volvió sus ojos hacia el continente asiático. 

 Los desconocidos aliados de la de la II Guerra Mundial - HISTORIA

En 1894 Japón, que ya hacía tiempo que se disputaba la península de Corea con el Imperio Chino, inició la Primera Guerra Sino-japonesa con un ataque sin previo aviso. Para sorpresa de todos, el pequeño Imperio de Japón aplastó a las fuerzas del mastodóntico Imperio Chino, forzando un tratado de paz que le supuso la concesión de Taiwán, de las Islas Pescadores y de Liao-dong. La Rusia Imperial intentó limitar el dominio local de la emergente potencia: subvencionó el pago de las deudas de guerra chinas con Japón y, apoyada por Alemania y Francia, humilló a Tokio e impuso la restitución de Liao-dong a China.

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